viernes, 13 de mayo de 2011



UNA MIRADA DIFERENTE




A continuación reproduciremos un artículo perteneciente a la Red Latinoamericana de Católicas por el Derecho a Decidir, para aportar una perspectiva diferente sobre el aborto y la religión.

En el contexto latinoamericano CDD/AL constituye una presencia doblemente singular:

a) Dentro de la Iglesia, “el único o el lugar más importante de socialización para muchas mujeres latinoamericanas”, tal como señala uno de sus documentos, defiende la posibilidad de disentir con la moral sexual del pontificado de Juan Pablo II sin dejar por eso de pertenecer a la iglesia católica.
Se funda en el valor de la libertad de conciencia en las opciones, en el carácter esencialmente católico de la noción de libertad de conciencia, y en la ausencia de valor de las conductas producto de la coacción. Asume la noción de iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por Juan Pablo II en 1962, entendida no ya como “estructura jerárquica, piramidal y monolítica, sino como pueblo de Dios, formado por todos los bautizados” (Somos Iglesia, Católicas por el Derecho a Decidir, México, 1996).

Las mujeres, con sus opiniones y sus prácticas, incluidas las que recurren a métodos anticonceptivos no aceptados por la Iglesia y las que abortan, que en su mayoría se reconocen como católicas, forman parte de ese pueblo de Dios. Uno de los fenómenos en que profundiza CDD/AL es el del doble discurso: las mismas personas que recurren a anticonceptivos y aun al aborto suelen sostener en público un discurso que se pliega a las imposiciones del conservadurismo católico.

Se apoya también en un episodio del Concilio Vaticano II que se conocería tardíamente: la formación de una comisión interdisciplinaria sobre control de natalidad que al cabo de cuatro años se pronunciaría mayoritariamente a favor de la anticoncepción; y que innovó la noción de matrimonio al considerar que las relaciones sexuales dentro del matrimonio tienen valor por sí mismas, y no como medio para la procreación. Pero cuando la comisión llegó a su dictamen final Juan XXIII había muerto, y Paulo VI en julio de 1968 reafirmó la prohibición de los anticonceptivos en la encíclica Humanae Vitae.

CDD/AL parte de que la prohibición del aborto corresponde a la función legislativa, no al magisterio de la Iglesia; y sólo lo que forma parte del magisterio de la Iglesia está regido por la infalibilidad papal. De manera que el aborto es un terreno de discusión y opinión. Teólogos disidentes llegan a admitir que el aborto puede ser una opción válida en determinadas circunstancias o, por lo menos, la menos mala de las salidas.

“Si el aborto es un daño gravísimo, un atentado contra la vida humana que afecta de manera irreparable y definitiva una o más vidas, y que nunca se podrá reajustar, ello no quiere decir que automáticamente se pueda afirmar que es siempre un crimen y que en ninguna circunstancia se pueda abortar sin cometer una grave inmoralidad...” , según señaló el teólogo uruguayo Luis Pérez Aguirre en “Aspectos religiosos del aborto inducido” (octubre de 1998).CDD/AL insiste en otorgar a las mujeres la condición de sujetos morales capaces de discernir cuáles son esas circunstancias, como para que su decisión sea respetada en sociedades plurales regidas por Estados laicos.

b) Hacia afuera de la Iglesia, en los ámbitos feministas y del movimiento de mujeres, éste es el único grupo que se define como católico, y que desde esa perspectiva ha producido estudios y acciones sobre la historia y consecuencias de la moral católica tradicional en la vida cotidiana de las mujeres y en los valores culturales latinoamericanos.

Los demás grupos feministas, antes que polemizar con la jerarquía católica argumentan ante su hostigamiento la defensa del laicismo: una iglesia sólo impone sus criterios a sus fieles, no puede convertirlos en ley para la sociedad civil.

CDD/AL comparte esa distinción pero se hace cargo de que “en América Latina el peso ideológico y cultural de 500 años de evangelización cristiana ibérica es parte de nuestra identidad y trasciende la práctica confesional concreta” (Mujeres e Iglesia, Op.cit). Esto es, la culpabilización infundida por la iglesia en la sexualidad y en el desarrollo personal de las mujeres excede ampliamente los límites de los católicos practicantes para confundirse con una moral social, y confluir con otros factores culturales que hacen a la discriminación de las mujeres, y esa moral exige ser trabajada y transformada desde sus raíces.

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